Pasan los días, entre una situación u otra llega un momento de nuestra vida en que ese auto que te ha hecho feliz por algún tiempo, se convierte en un bien del que necesitas sacar provecho.
Miles de razones, con motivo, y en ocasiones sin un motivo tan de peso, es lo que nos orilla a ponerlo en venta; lo que viene después de su partida, es cuando te comienzas a cuestionar si realmente fue buena idea, pero ahí no termina, más adelante, cuando ves una foto, cuando algún conocido te recuerda una anécdota o ves ese llavero que portaba, viene lo peor.
Recordar es volver a vivir.
Te solías subir y todo te era bastante familiar, muchas veces ya era imperceptible pero el estar arriba era casi como estar nuevamente en casa; ese rechinido, el sonido del motor, el pequeño tronido y sobre todo esa sensación de conocerlo perfectamente; manejarlo y pensar, acaso habrá alguien que lo pueda manejar tan bien como yo? Si, eso aunque no lo creas, amigo amante del motor, es amor, amor por tu auto.
El otro día me encontraba platicando con una amiga, como es costumbre salió a flote nuestros vehículos; ella me platicaba con un poco de dolor que tuvo que vender su Atos donde vivió miles de experiencias y al cual le tenía un cariño muy especial, si bien no es el auto más exclusivo es importante destacar que no importa que manejes, no importa cuanto valga. Los momentos que pases en el, las anécdotas y esa sensación de ser ambos uno mismo es lo más valioso, así que si me estás leyendo e hice que pensaras en tu auto, súbete y analiza cautelosamente cada detalle como si fuera la primera vez que estás tras su volante.
Concluyo recomendándote que analices muy bien si es necesario deshacerte de el, evita ser aquel amigo que cuente la anécdota de “Yo tuve un…” siempre será mejor decirles, aún lo conservo.